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Wole Soyinka: «Trump es un asesino de masas»

En 1986, la Academia Sueca sorprendió a propios y extraños, sobre todo a los más conservadores, al conceder el premio Nobel de Literatura al escritor Wole Soyinka (Abeokuta, Nigeria, 1934), el primer autor africano —y negro— que lo recibía. La institución quiso así reconocer «una obra de amplio horizonte cultural y poéticos matices que aborda el drama de la existencia». Un drama que a Akinwande Oluwole Soyinka —ese es su nombre real— nunca le ha sido ajeno, pues lo ha vivido en carne propia, en ocasiones hasta el sufrimiento extremo.

Autor de teatro, de poesía, de ensayos, de novelas… Soyinka siempre ha sido fiel a sí mismo, a su férreo compromiso con la libertad y la dignidad, elementos que

 definen y dan sentido a toda su obra. Incluso en los peores momentos de su vida, cuando fue encarcelado, a finales de la década de los sesenta, en plena guerra civil nigeriana, por sus críticas al Gobierno de su país natal, mantuvo el juicio, y lo hizo gracias a las palabras. Escribió entonces para sobrevivir.

Sus versos y sus memorias se salvaron de la inexistencia en las superficies más perecederas, pues la literatura que ha de perdurar termina finalmente por abrirse camino: papel higiénico, hojas de libros, papel para liar cigarrillos… De ahí, ya libre su autor, exiliado de su patria, las palabras saltaron a los libros, y el pueblo, su pueblo, sintió que, pese a todo, había esperanza.

Comprometido y crítico con el sistema, su obra se volvió oscura con el paso del tiempo. Era el fiel reflejo de la realidad que habitaba Soyinka, la misma que sigue habitando, igual de hostil. A sus 87 años, el nigeriano se mantiene en forma, literaria y físicamente, y ha visitado España para presentar su nueva novela, la primera que escribe en cincuenta años: ‘Crónicas desde el país de la gente más feliz de la Tierra’ (Alfaguara), una sátira política sobre la corrupción ambientada en una Nigeria imaginaria.

«Toda la experiencia tumultuosa, el entorno, el confinamiento, el aumento de las contradicciones en la sociedad, el deterioro de la humanidad, de lo que yo llamo humanismo, ha ido adquiriendo tal dimensión en los últimos años que necesitaba otro medio para transmitir mi ansiedad y mis preocupaciones», asegura Soyinka sobre su sorprendente regreso a una forma literaria que reconoce que no es su preferida. «No soy novelista. La novela no es mi medio preferido, pero me fui dando cuenta de que necesitaba recurrir a ese medio de expansión para poder reflejar mis obsesiones. Hay otros muchos escritores que son mejores novelistas que yo. Simplemente es otro medio para expresarme».

El poder y el lenguaje

Ese medio, en esta ocasión, le ha permitido acercarse, una vez más, al poder para retratarlo, evidenciar sus defectos y denunciar, siempre con el respaldo de la ironía como herramienta narrativa, los abusos que muchas veces se cometen amparándose en la democracia. «El poder contrasta con la autoridad. Es algo que se da a ciertos individuos en la sociedad, pero es un fenómeno arbitrario, cruel, no fiable, antihumano. Muchas personas que tienen este poder acaban alienadas, y eso va en contra de la sociedad. La autoridad puede ir de la mano de la libertad, pero el poder no. De hecho, el poder no tolera la libertad».

«La autoridad puede ir de la mano de la libertad, pero el poder no. De hecho, el poder no tolera la libertad»

Y ese poder, además, pocas veces entiende lo que se le dice, sobre todo si el lenguaje es tan rico en matices, tan extraordinario y complejo como el de Soyinka. «Me aburriría si usara siempre el mismo lenguaje, no sería creativo. Tengo que ser compasivo conmigo mismo para no transmitir sólo propaganda. Me merezco entretenerme a mí mismo, y sólo puedo conseguirlo a través de la ironía, con ella me alejo de la propaganda. A veces me critican por usar palabras raras. Mi lenguaje no busca que mi mensaje sea ambiguo, es que soy una persona muy irónica. Cuando hablo a las personas que están en el poder, no entienden nada, hay que ser muy directo con ellas». Aunque, al hablar del poder, el escritor no se refiere sólo al del Estado. «También está el poder de los extremistas teocráticos, y con ellos hay que usar un lenguaje muy brutal, uno que casi no se puede publicar».

El escritor nigeriano Wole Soyinka, retratado en la Casa de América, en Madrid
El escritor nigeriano Wole Soyinka, retratado en la Casa de América, en Madrid – ISABEL PERMUY

Soyinka, que ha dado clases en la Universidad de Nueva York, en Yale o en Harvard, rompió la tarjeta de residencia permanente en Estados Unidos, conocida como ‘green card’, cuando Donald Trump ganó las elecciones presidenciales en el país norteamericano. Fue, según confesó, una ‘catarsis’ que llegó a definir como ‘Wolexit’. «Trump y yo… Realmente, en mi caso fue una sensación física. Necesité apartarme de esa sociedad. Trump era un insulto para la existencia del ser humano. Su retórica estaba llena de odio y de insultos. Es un hombre estúpido, pero al mismo tiempo tienen una inteligencia intuitiva, y es capaz de despertar el instinto primitivo a través de la xenofobia, del racismo… Mis colegas escritores no fueron capaces de reconocer el peligro, sólo veían en él a un payaso. Es un payaso, sí, pero un payaso muy peligroso. Es uno de los jefes de Estado más peligrosos de la historia».

«La Academia Sueca tiene la obligación de ser aventurera, tiene que seguir sorprendiendo, que la gente se de cuenta de que existen esas maravillas en el resto del mundo. Tiene que educarnos en ese sentido, esa es su misión»

La gestión que hizo de la pandemia del Covid-19 no hizo más que refrendar, según el escritor, su incapacidad como mandatario, y el riesgo que supuso su presencia en las instituciones. «Era responsable de millones de personas y durante una entrevista en televisión reconoció que estaba al tanto de la amenaza, pero que no dijo nada para no alarmar. Tenía la obligación de hacerlo, pero no lo hizo. Y lo mismo con el ataque al Capitolio. Eso es suficiente para que le hubieran encarcelado el resto de su vida. Y encima quiere volver al poder. Es responsable de la mitad de las muertes en Estados Unidos por la pandemia. Es un asesino de masas. Estados Unidos tiene que despertar y darse cuenta de lo que Trump representa, no sólo para su país, sino para el resto del mundo». Y Soyinka, que ahora vive en Nigeria, advierte: «El peligro no ha acabado. No está fuera, todavía tiene muchos seguidores. Siento pena por Biden. No ha asumido el poder desde cero. Tiene mucho trabajo por hacer».

El Nobel, arma de doble filo

Al escritor nigeriano le hizo «muy feliz» el premio Nobel de Literatura concedido a Abdulrazak Gurnah, de origen tanzano. Pero no ve en esa decisión del ‘establishment literario’ una forma de reparar los errores cometidos, una compensación por haberse ‘olvidado’ del continente africano durante tanto tiempo y de expiar así, de paso, sus pecados. En su opinión, «los lectores occidentales, representados por la Academia Sueca, están empezando a darse cuenta de la riqueza del continente africano». Simplemente.

Eso sí, Soyinka deja muy «claro» que él no cree en las cuotas. «Una representación regulada en cuanto a producción y calidad sería una actitud muy condescendiente. La Academia Sueca tiene la obligación de ser una institución aventurera, tiene que seguir sorprendiendo, que la gente se de cuenta de que existen esas maravillas en el resto del mundo. Tiene que educarnos en ese sentido, esa es la misión de la Academia».

«El Nobel es un premio que te da algo de protección, pero los que están en el poder lo ven como una forma de que escapes de su control, así que es un riesgo para tu existencia»

Aunque para Soyinka el Nobel fue una especie de «arma de doble filo», ya que obtuvo reconocimiento sí, pero se convirtió también en una «carga inmensa» sobre sus hombros. «Una de las crueldades del Nobel es la pérdida del anonimato. Mi día a día desde entonces es una lucha constante para recuperar la privacidad. La existencia en el Tercer Mundo es bastante complicada. El Nobel es un premio que te da algo de protección, pero los que están en el poder lo ven como una forma de que escapes de su control, así que es un riesgo para tu existencia».

Como ejemplo, Soyinka recuerda a un amigo escritor, un «guerrero ecológico», que fue ahorcado en Nigeria «por un dictador». «Su reconocimiento contribuyó a su ahorcamiento. Toda la presión que venía, incluso por parte de Mandela, hizo que el dictador desafiara a la opinión internacional ahorcándolo». Soyinka, de hecho, acabó fugándose de Nigeria un año después de que «ese dictador» llegara al poder en su país, aunque está seguro de que «le hubiera encantado incluir en su currículum que había ahorcado a un premio Nobel». «Mi responsabilidad como ciudadano que cree en la libertad ha sido no perder esa libertad», remata.

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