Barcelona Actualizado: Guardar
Un molde de Gaudí para la fachada de la Sagrada Familia, la imponente ‘El Corcovado’ de Calder, una miniatura de una persona viva realizada con un escáner 3D por alemana Karin Sander, la ‘liberación espacial’ de Jorge Oteiza, el reaprovechamiento de Miró… Maneras de entender la escultura hay muchas, y la mayoría de ellas, o como mínimo las más contemporáneas, se citan a partir de hoy en la Fundación Miró de Barcelona, donde hasta el 6 de marzo puede visitarse la exposición ‘El sentido de la escultura’.
La muestra, comisariada por David Bestué y con el patrocinio de la Fundación BBVA, busca plasmar a partir de un centenar de obras de artistas como Julio González, Pipilotti Rist, Alexander Calder, Bruce
Nauman, Lygia Clark y Joan Miró, entre otros, «la gran transformación que ha experimentado la práctica escultórica durante los siglo XX y XXI» así como «el impacto que los orígenes de la disciplina continúan ejerciendo en los artistas actuales».
El punto de partida, según Bestué, es «señalar la ambición de la escultura por rebasar la idea de representación aún a sabiendas de que dicho límite nunca podrá ser alcanzado del todo». Una máxima que en la Fundación Miró se articula tanto en las salas destinadas a exposiciones temporales como en algunos espacios de la colección permanente, colonizados para la ocasión y en accidental y feliz diálogo con algunas piezas de la colección permanente del centro.
«Las obras dan muestra de los cambios operados en la disciplina en los últimos años, transformaciones parejas a las producidas en otros ámbitos», abunda el comisario de una exposición que busca también registrar «una libertad cada vez mayor en el seno de la práctica escultórica en cuanto al uso de técnicas, formas y materiales». A lo largo del recorrido, ‘El sentido de la escultura’ se ramifica en media docena de apartados que exploran aspectos como el concepto de copia, la materialidad, el espacio entre sujeto y objeto o la representación del cuerpo humano «como reto central de la disciplina».
Dentro del edificio de Sert, todo esto se traduce en una exposición que conecta a Richard Serra con Calder; el compostaje de Perejaume con los cañones de nubes de David Medalla; las hojas de higuera de Apel.les Fenosa con la máscara sombra y luz de Julio González. «Buena parte de las obras seleccionadas se ubican en el espacio expositivo como un objeto extraño. Al verlas no sabemos muy bien para qué sirven, no tienen una función clara, un motivo definido», detalla Bestué.
Ahí están, alimentando la extrañeza, la botella de aceite de Joseph Beuys, la instalación ’24 Goldfishes’ de Jordi Colomer, o la salchicha literaria de Dieter Roth. «Son esculturas que deben enfrentarse a una mirada eminentemente visual y virtual a la que contraponen una mirada sin filtros, lo que las convierte en prueba, testimonio y huella del presente», añade el comisario.
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